domingo, 16 de octubre de 2011

LOS HUÉSPEDES





Hay varios tipos de huéspedes. Lo mismo le ocurre al DRAE y que, por definición lo realiza según casos. Para mí, los hay de dos clases: Los que pagan un hospedaje, y aquellos que sólo los ves a las horas de las comidas.
Dentro de los segundos, los hay fijos y variables. Por ejemplo, aquel hijo, que se pasa el día por ahí sobre todo en vacaciones, y viene a comer y dormir. Vulgarmente a éste, solemos decirle: “Que la casa no se le caerá encima”.
Más tarde, o a continuación, poseemos el huésped, casi fijo, de un día dentro de los fines de semana, y que por ser el hijo, llega acompañado o cargado con el “mueble” sobre su chepa, de su esposa, y la entrañable hija de ambos próceres, nuestra nieta.
Estos huéspedes, sólo llaman para decir que van a venir. Pero, no anuncian la hora de llegada ni la de su marcha. A la hora qué sea, la comida preparada, y ellos mismos preparan la mesa, comen y durante la comida se convierten en dos mecedoras, más paradas que el caballo del retratero. Silencio absoluto y ni un balanceo.
Otra cosa es la niña, que al encontrar cariño en sus yayos, no para y mantiene viva la comida. El resto, un funeral de incómoda situación. A una pregunta, la respuesta es un monosílabo: Sí, no, no sé, etcétera. Vamos, toda una “mierda” con perdón de la mesa, o sin él. Acabada la comida, el futuro dueño de esta humilde morada, se tumba en el sofá a dormir su siesta. Entretanto, la nuera o hija política, como “políticamente se las denomina”, pone cara de mueble regio e inmutable. Mejor ausentarte a tu aposento. De la nieta se encarga su yaya.
Cuando el “Herèu”, primogénito e único, se despierta, le da prisa a la pequeña tropa, carga con el mueble de nuestra “nuera” y en dos minutos desaparecen. La estancia se queda aseada aunque menos silenciosa, ya que al menos un servidor, sale de su escondrijo y comienza a realizar vida normal.
La normalidad de un hogar retoma su vida y sus sonidos. ¡Manda cojones, que yo, el dueño y señor de mi casa, me tenga que esconder de esa diminuta pandilla que la conforman dos gilipollas!
Y, cuándo así actúas, cansado del despreciativo silencio pleno de monosílabos, entonces eres un mal padre y peor y execrable suegro. Y claro, entonces la cizaña se esparce sobre el porteador de muebles y elimina la poca mies que queda en el “Herèu”.
Y, ya uno, que es mayor, de pueblo y labriego ancestral pleno de inocencia se pregunta: ¿Qué habré hecho yo mal en esta vida para merecer esto? Pero, el sentido común se restablece tras el diminuto apagón y piensa: ¡Nada, échale dos cojones Pepe! ¡Cómo siempre! ¡Y qué se jodan, o que jodan! Ya que al menos están en edad de lo segundo y realizan méritos para lo primero.
¡Qué así sea!
José Pardo Ferrer.
Hay varios tipos de huéspedes. Lo mismo le ocurre al DRAE y que, por definición lo realiza según casos. Para mí, los hay de dos clases: Los que pagan un hospedaje, y aquellos que sólo los ves a las horas de las comidas.
Dentro de los segundos, los hay fijos y variables. Por ejemplo, aquel hijo, que se pasa el día por ahí sobre todo en vacaciones, y viene a comer y dormir. Vulgarmente a éste, solemos decirle: “Que la casa no se le caerá encima”.
Más tarde, o a continuación, poseemos el huésped, casi fijo, de un día dentro de los fines de semana, y que por ser el hijo, llega acompañado o cargado con el “mueble” sobre su chepa, de su esposa, y la entrañable hija de ambos próceres, nuestra nieta.
Estos huéspedes, sólo llaman para decir que van a venir. Pero, no anuncian la hora de llegada ni la de su marcha. A la hora qué sea, la comida preparada, y ellos mismos preparan la mesa, comen y durante la comida se convierten en dos mecedoras, más paradas que el caballo del retratero. Silencio absoluto y ni un balanceo.
Otra cosa es la niña, que al encontrar cariño en sus yayos, no para y mantiene viva la comida. El resto, un funeral de incómoda situación. A una pregunta, la respuesta es un monosílabo: Sí, no, no sé, etcétera. Vamos, toda una “mierda” con perdón de la mesa, o sin él. Acabada la comida, el futuro dueño de esta humilde morada, se tumba en el sofá a dormir su siesta. Entretanto, la nuera o hija política, como “políticamente se las denomina”, pone cara de mueble regio e inmutable. Mejor ausentarte a tu aposento. De la nieta se encarga su yaya.
Cuando el “Herèu”, primogénito e único, se despierta, le da prisa a la pequeña tropa, carga con el mueble de nuestra “nuera” y en dos minutos desaparecen. La estancia se queda aseada aunque menos silenciosa, ya que al menos un servidor, sale de su escondrijo y comienza a realizar vida normal.
La normalidad de un hogar retoma su vida y sus sonidos. ¡Manda cojones, que yo, el dueño y señor de mi casa, me tenga que esconder de esa diminuta pandilla que la conforman dos gilipollas!
Y, cuándo así actúas, cansado del despreciativo silencio pleno de monosílabos, entonces eres un mal padre y peor y execrable suegro. Y claro, entonces la cizaña se esparce sobre el porteador de muebles y elimina la poca mies que queda en el “Herèu”.
Y, ya uno, que es mayor, de pueblo y labriego ancestral pleno de inocencia se pregunta: ¿Qué habré hecho yo mal en esta vida para merecer esto? Pero, el sentido común se restablece tras el diminuto apagón y piensa: ¡Nada, échale dos cojones Pepe! ¡Cómo siempre! ¡Y qué se jodan, o que jodan! Ya que al menos están en edad de lo segundo y realizan méritos para lo primero.
¡Qué así sea!
José Pardo Ferrer.

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