viernes, 28 de octubre de 2011

AL SONAR EL TELÉFONO


Al medio día, ha sonado el teléfono, era mi querido primo hermano mayor de nuestro linaje, en vida. Sin muchos preámbulos, me ha indicado que nuestro común primo hermano Vicentín, había fallecido.
La naturaleza, realizaba su segundo salto generacional entre nosotros. Primero fue Juanín, muy joven aunque dada su enfermedad congénita, no nos sorprendió a ninguno, salvo a mi tía María, su madre.
Anoche, Vicentín, el segundo por la cola de los que quedamos en vida, se quedó dormido para siempre. Esta tarde a las 16'30 ha sido la misa de difuntos. En Bétera mi pueblo natal, he vuelto a escuchar cómo tantas veces tañer las campanas a muerto. Pero, hoy poseían para mí un significado igual de profundo que con abuelos, padres, tíos y hoy por el segundo primo hermano.
He ido pronto, y me he refugiado, en la casa de mi prima Gloria, allí acudimos todos. Estaba enferma, su marido Juan, un primo más me ha dado un fuerte abrazo. Tras charlar con ellos de nuestras cuitas, he pasado a la puerta de enfrente. La puerta me la ha abierto la esposa de mi primo Vicente, Pepita otra prima para mí, una mujer ejemplar. Ha salido mi primo, y nos hemos abrazado primero y besado después. Costumbres, buenas costumbres.
Del piso de arriba, ha bajado Pepito, el mayor, el que me portador para mí de la mala noticia. Igualmente nos hemos abrazado y besado, yo también soy Pepito para toda la familia, y así me llaman. En realidad, mi primo mayor ya tiene 75 años, mientras que yo no cumpliré los 71 hasta el 8 de diciembre, el día de la Purísima la patrona de mi pueblo.
Hemos seguido charlando todos juntos en casa de María Gloria y de su esposo Juan. Diez minutos más tarde, hemos salido hacia la iglesia los cuatro juntos. Justo a la llegada a los pies de las escalinatas de una calle angosta y empinada que desembocan ante la puerta de la iglesia, llegaba el coche fúnebre.
Hemos entrado, y nos hemos sentado en el segundo banco, justo detrás de los familiares más directos del finado. Nuestras otras primas, y los hijos de Vicentín.
Antes de acabar la ceremonia y ante las palabras del sacerdote: "daros las manos fraternalmente" he ido y he besado a mi prima Conchín, hermana mayor del difunto, a la esposa de éste y a mis sobrinos.
Más tarde, mi primo mayor Pepito, me iba indicando: ¿Te acuerdas de este? La verdad es que no. El interpelado, me tiende la mano, y me dice: "tu padre, fue mi padrino de pila".
Mira Pepito, este es nuestro tío "Pepet el botifarreta". Hombre Pepito, en todo caso será nuestro primo. No hombre, me dice mi tío, no ves lo viejo que soy. Y así hemos seguido, hasta aposentarnos en un bar, y solicitar cuatro cortados descafeinados de máquina.
En la mesa de al lado, estaba nuestra prima, la más chica de la en vida, Pilarín con su marido Enrique.
Ya nos habíamos saludado y charlado, pero una de las señoras de la mesa, también me ha saludado. No la recordaba, me he levantado y me ha dado dos besos y al decirme quién era, me ha reconfortado y llenado de alegría.
Al fin, el óbito de mi pobre primo Vicentín, ha servido para reencontrarme con mis raíces, pasar por mi casa natalicia, y darme cuenta de que las malas noticias, nunca las esperas. Todas ellas las recibes al descuido, y hoy en día, por teléfono.
¡Descanse en paz mi primo Vicentín! Amén.
José Pardo Ferrer.  

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