jueves, 19 de enero de 2012

¡PERO, EL HAMBRE NO!


España, y con ella los españoles, estamos metidos hasta las trancas en una especie de infierno apocalíptico económico para el que, ya muy pocos estamos entrenados.
Los jóvenes censuran a sus padres, y algunos les agreden –cada día en mayor número– y la mayoría no los respeta. A su vez, los padres descoordinados por el estrés laboral y la falta de atención a sus vástagos, descargan su impotencia en los maestros o profesores, y éstos faltan más días a clase que sus alumnos –lo qué ya es decir– debido a las depresiones.
Todo un cúmulo de despropósitos, y un chorreo de dinero tirado a las alcantarillas en el mundo de la enseñanza. El ministerio de Cultura, debe dejar seguir el deseo de todos aquellos que, a partir de los catorce años no desean continuar estudiando, y retomar el mundo de los aprendices, en lugar de seguir gastando en las escuelas profesionales. ¿Oh acaso, no se tiene que estudiar en dichos centros?
Y a los padres, cortarles las alas a la hora de ejercer protestas fuera de tono en favor de sus niños –ya hombres para lo que quieren. E invitar a los padres para asistir a clases nocturnas para educarlos cómo progenitores. ¿Pero, y cómo realizar esto a ciertas alturas del calendario natural de cada individuo? Que en general, llevan hasta los cuarenta añeros, siendo malamente educados en sus casas, y en muchos casos hasta los cincuentones. ¿Cómo enseñarles a éstos a ser educandos?
A nuestra Patria, y nosotros los que resistamos el duro paso del otoño hasta alcanzar una nueva primavera, nos esperan vientos muy fríos e impetuosos procedentes del Norte en forma de crisis, recesión o depresión económica, según el gusto de cada consumidor a la hora de mentar a la bicha.
Van a ser varios años muy duros, y la gente, como vengo diciendo hace ya algunos años, no está entrenada para superar ciertas metas de alta montaña y al alcanzadas éstas ver con desconsuelo que allí no hay nada.
Como quiera, que no hayan conocido más que una bonanza desmesurada, y plena de despropósitos protectores, muchos se tirarán al monte –entiéndase a robar– y lo realizarán con justificaciones: "De cómo mantener a sus hijos, plenos de una razón sin razón alguna".
En mi niñez, mis padres que en paz descansen, que eran unos desheredados de lo más elemental para subsistir, cada día al salir de casa, nos recomendaban no robar. ¡Pobres pero honrados! y, esta fue la bandera de mi hermana y la mía. Ahora bien, trabajos todos y desde la niñez más temprana.
Jamás he rechazado un trabajo, siempre que fuese honesto. Fui explotado hasta la saciedad, pero llevaba mis dos jornales a casa. Hasta finales del servicio militar, que me coloqué en una oficina, y que en ésta, tras licenciarme me pusieron en nómina con camino de los 22 años, hasta entonces no supe qué era eso.
Y, para mayor INRI, allí mi primer trabajo encomendado al margen de otros fue el de realizar a finales de cada mes todas las nóminas de mis compañeros de trabajo y gente de mayor rango.
Mi mayor desesperanza, como trabajador de la tierra ajena, y ver lo agradecida que ésta es, consiste en ver campos de grandes dimensiones abandonados de buenas tierras y con regadío y nuestro microclima mediterráneo. ¡Qué pena!
Algunos amigos, labradores con los que me reúno de un modo inesperado, me dicen que las condiciones han cambiado, todos son mayores que yo, y debo respetar su opinión. Sin embargo, al final, siempre acabo diciéndoles lo mismo:
Pero, el hambre no...
José Pardo Ferrer.    

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