Mi buen amigo Antoñito y yo, somos de esos amigos que nos vemos muy poco, pero sin perder el contacto. Hemos sido de jóvenes dos grandes escaladores en el mundo de la vida. Sin embargo, ambos cometimos el pecado confesable de ser muy fumadores, y desde hace unos años aquello nos está pasando una grave factura en forma de enfermedades incurables.
Hasta bien poco, los míticos puertos del tour de Francia, y entre ellos el Alpe d'Huez o el terrible Hautacam, Antoñito y yo nos los pasábamos por la faja como los buenos toreros. Nada qué decir sobre el temible puerto pirenaico del Tourmalet con sus 2.150 metros de altitud. Este último, los ascendíamos sin levantar el trasero del sillín. ¡Unos monstruos del ciclismo!
Ahora, Visionamos el Tourmalet desde 50 kilómetros, en el Santuario de Lourdes, en sillita de ruedas y evitando las cuestas y repechos –no nos vayamos a precipitar en al abismo– y sea peor el remedio que la enfermedad, a pesar de llevar a nuestras amadas esposas como fieles porteadoras.
Antoñito, es bastante más joven que yo –al igual que su honorable, santa y bendita esposa– desde hace años, al igual que la de un servidor, se han convertido en nuestra tercera pata, primero, y ya ahora en la cuarta.
Ambos, poseemos un enorme magnetismo para atraer nuevas compañías en modo de enfermedades. En el fondo no deja de ser un don especial, al igual que decía Heródoto, primer gran historiador del mundo: "Egipto es un don del Nilo", y así recuerdo en mis estudios de bachillerato que comenzaba la historia sobre Egipto. Nosotros sin ser un río posemos igualmente ese don especial tan humano.
Dado que poseemos una característica común: "ser agradecidos y hospitalarios" las acogemos en nuestro seno como algo íntimo sin abandonarlas de por vida. Son varias y muy disímiles, sin embargo, todas giran alrededor de un mismo tema: "Resultan ser incurables".
Todo esto, nos convierte en punto de mira de hospitalizaciones imprevisibles de un día para el otro en esas enormes casas de sanar. Al llegar, ya muchas enfermeras nos saludan con afecto:
¿Qué tal Antoñito, un placer verte de nuevo? ¡Sus muertos, piensa para sus adentros Antoñito!
¿Hola Pepito, que alegría, de nuevo entre nosotras? ¡Menudas malajes, ya veremos cómo llegáis a mi edad con la vida que lleváis!
Pero, mi amigo Antoñito y un servidor, poseemos un reto común: "Alcanzar a pasar cada otoño e invierno el mítico puerto pirenaico del Tourmalet, y de ahí una nueva primavera". Para con nuestra sillita de ruedas –pero vestiditos con el maillot amarillo y con culote al más puro estilo Induráin– visitar de nuevo el Santuario de Lourdes.
¡Un abrazo muy fuerte, buen amigo Antoñito y a por los Pirineos! Y no olvides que al ser más joven, deberás de tirar del pelotón de dos, en plena escapada para ir yo a rebufo.
Pepito Pardo Ferrer.
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