De joven, cuando Sevilla debía de tener alrededor de 400.000 habitantes, y el turismo interior no existía, con una España intentando salir adelante en mitad de la década de los cincuenta, poseí la inmensa satisfacción de ver tres Semanas Grandes, alejado de agobios y de leyes absurdas entonces y necesarias hoy.
En aquellos años, los pasos los podías seguir y ver desde las aceras un tanto apretujado, veías pasar uno y caminabas al encuentro de otro. La noche del jueves y la madrugada y mañana del viernes, te permitía moverte y repartir tu tiempo entre Triana para ver al "Cachorro" o "Cristo de los gitanos" e ir a ver a Jesús del Gran Poder y Virgen de La Macarena.
A media tarde, descansabas y reponías fuerzas en el bar Los Baturrones, con media maceta de cerveza y un bocadillo de calamares, para seguir oliendo a cirio y escuchando las cornetas y el redoble de los tambores. Ver levantar, por los costaleros, el paso de La Macarena y mecerla, te ponía el vello de punta, y mucho más cuando una garganta desde un cercano balcón, con voz desgarrada entonaba una "saeta" con aquel sentimiento pleno de fe religiosa.
Me gustaba aquella Sevilla provinciana –al igual que la Valencia de entonces– y plena de gracejo, duende, de tabernas y de oradores en las mismas –discutiendo del Betis y Sevilla, sin que ninguno de los contertulianos hubiese pisado nunca el Heliópolis o el Nervión– con sus vejetes con la "mascota" de ala ancha portada con salero sin igual.
Los colmados, se repartían por toda la Sevilla antigua, y vi aparecer la primera cafetería sevillana en la calle Sierpes, se llamaba Catanambú y rompía los viejos moldes de la calle más transitada de aquella capital de Andalucía.
Para mí, tras haber visitado muchas ciudades de Europa o del Lejano Oriente –cito las civilizaciones milenarias–Sevilla es única en su conjunto. Más tarde, por cuestiones laborales la visitaba con bastante asiduidad, y lejos de cansarme cada vez me enamoraba más.
Mi amada esposa, sabe que si un día me pierdo, debe buscarme en Sevilla.
"Sevilla la llana", con un centro antiguo que nunca acabas de admirar suficientemente su influjo, con su parque de María Luisa, los jardines de Murillo y los de María Cristina. Con su barrio de la judería, el de Santa Cruz, donde muchas callejas pueden tocar ambas paredes con los brazos extendidos. Con la calle Del Candil y su historia popular del porqué de dicho nombre.
No te cansas de verla en cualquier época del año, e imposible de olvidarla especialmente en su incipiente primavera durante su Semana Grande que mañana acaba plena de sentimiento por parte de los cofrades de las distintas cofradías.
¡Hasta la próxima, ya que siempre quedará la siguiente!
José Pardo Ferrer.
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